martes, 22 de julio de 2008

CUENTOS DE MI AUTORIA

EL TÍTULO


Fue el último en levantarse. Raro, porque siempre había sido el primero. Cuando su padre le anticipaba que al día siguiente los iba acompañar al campo, se iba a la cama temprano ya imaginando todo lo que disfrutaría. Al amanecer ensillaría su caballo y junto a sus cinco hermanos varones, su padre y el marido de una de sus hermanas saldrían rumbo a esa inmensidad apenas iluminada por los primeros rayos del sol.
Cómo disfrutaba esos días en que no iba a la escuela y trabajaba en el campo junto a su familia. Luego, a la vuelta, sus tres hermanas junto a su madre los esperaban con una suculenta cena y a dormir temprano, pues el trabajo en el campo no daba descanso. El no entendía muy bien lo que decía su padre. Hablaba de una guerra que había terminado muy lejos de ahí y de la necesidad de producir trigo y maíz. El dueño del campo venía de vez en cuando y hablaba con su padre. Caminaban por las afueras de la casa y después no se lo veía por mucho tiempo.
Cuánto que deseaba llegar a ser mayor de edad para poder acompañar a sus hermanos al baile de los sábados. Porque los sábados había baile en el pueblo y sus hermanos con novias y esposas concurrían a divertirse. Eso sí, el domingo a la mañana igualmente trabajaban en el campo, pues su padre siempre les decía:
-Hay que trabajar, siempre hay que trabajar, pues el campo y los animales no saben de domingos ni feriados. Pueden ir al baile pero el trabajo es sagrado.
-Y remataba : siempre lo dice el patrón.
Vagamente recordaba sus cumpleaños, pues era una fecha en que se trabajaba mucho en el campo. Era tiempo de cosecha y no había tiempo para festejos ni reuniones. Inclusive los festejos de Navidad y Año Nuevo muchas veces eran soslayados por el gran trabajo que imponía ese tiempo de cosecha. Salvo uno, cuando cumplió ocho años. Ese 11 de Noviembre de 1918 toda su familia se había reunido y festejaban- junto a su cumpleaños- la finalización de la guerra.
Y así pasaron los años. Trabajando y trabajando en el campo, con muchas necesidades y siempre- invariablemente- con alguna excusa que motivaba una cosecha magra. Sequía, exceso de lluvias, bajos rendimientos, la cuestión era que su padre en forma reiterada y sistemática informaba a su familia, cada vez mas numerosa e íntegramente dedicada a las tareas del campo, que había que “agachar el lomo y darle para adelante”. Así lo decía su padre.
Así lo decía el patrón.
……………………

La voz del locutor pidió con calidez silencio, sonriendo amablemente. Y agregó:
-Señoras y señores gracias por su presencia. Siempre es grato presentar un libro y mas aún si su autor es un querido amigo. Y mirando a la persona a su diestra dijo:
- Mi amigo y escritor Carlos Peralta del Rey.
Un cálido aplauso recibió la imagen algo turbada y sonrojada del escritor que agradeciendo con un gesto dijo simplemente: Gracias.
-Me gustaría Carlos- siguió el locutor- que nos explicaras el motivo del título de este, tu último libro.
Carlos Peralta del Rey se refregó suavemente sus ojos y una película pasó por su mente, una película mil veces vista, mil veces sufrida, mil veces recordada.
Es increíble – pensaba- como casi una vida puede pasar delante de uno en tan pocos segundos. Porque las imágenes que veía eran toda una vida.
Su vida.
Sus hermanos, sus hermanas, su madre, el sufrimiento, vidas enteras dedicadas exclusivamente al trabajo, siempre el trabajo, solo trabajo.
El dueño del campo con su altivez y soberbia, que aleccionaba a su padre en la comprensión de la importancia de tener trabajo para él y su familia entera, que si bien la vida en el campo era dura, al menos le aseguraba pan seguro todo el año.
Su padre. Un hombre educado en el trabajo a destajo sin otra perspectiva que trabajar y trabajar, aunque el premio fuese exiguo o casi nulo. Y su mensaje a cada hijo desde la cuna: el culto al trabajo.
El trabajo en el campo. Tan solo eso.
Y la sorpresa de su padre cuando aquella mañana no fue el primero en levantarse. Como cada vez que iba al campo con sus hermanos. Y la comprensión de su falta de deseo de hacerlo. Ya no tenía ganas, ya no quería ir a trabajar al campo.
Hacía varios días que lo venía pensando. Su futuro, sus deseos, sus ganas de hacer otra cosa. Tuvo que esperar a cumplir los dieciocho años pues no le era permitido bajo ningún concepto alejarse por sí solo del resto de su familia.
Su padre quedó atónito cuando se lo dijo. Ni en serio lo tomó.
Jamás entendió que su hijo quisiese ser escritor.
Jamás lo aceptó.
Y hoy, en los umbrales del nuevo siglo, decidió que este, su último libro, como recuerdo a todas esas imágenes que atesoraba en su memoria se llamara : El rebaño.

Nestor-Bocha-Rodriguez
CACHENZO

Varòn de mil vestimentas
que caminas mi ciudad
cuando te vemos pasar
uno esboza una sonrisa
solo trato con mi tiza
tu figura recordar.

Trabajador a destajo
por dos pesos con cincuenta
tal vez no tengas en cuenta
el dinero y su valor
y con frìo, lluvia o sol
trabajes por poca renta.

A veces sos policía
zorro gris o boy-scout
o hablando por celular
tenès todo controlado
tambièn pasàs a mi lado
de bombero o militar.

Simpàtico personaje
respetuoso y siempre atento
caminàs con rumbo incierto
y sos recuerdo latente
de aquèl terrible accidente
en que te dieron por muerto.

Te llamàs Tristán Argentino
aunque sos reconocido
por famoso apelativo
que hoy lo medito y lo pienso
porquè te dicen Cachenzo
si Cacho, es tu elegido.

Estas lìneas sòlo tienen
por motivo recordar
tu figura que al pasar
observamos con cariño
de mi ciudad sos el niño
que camina sin cesar.


Nèstor-Bocha-Rodriguez